Dr. Finnish - Epílogo
Con bastante esfuerzo, Jake había podido pasar el último año de secundaria sin suspender ninguna materia. Junto con Matt, su mejor amigo y confidente, lograron obtener el Bachiller en Cs. Sociales y Humanidades en la escuela pública donde se habían trasladado antes de las vacaciones de invierno. Ambos decidieron continuar los estudios para convertirse en profesores de historia. Al igual que Valo, esos dos chicos optaron por ser agentes de cambio para el resto de los jóvenes en edad escolar.
Ellos entendían lo complicado que podían ser esos años en la escuela, por eso no se alejarían de la escuela aunque haya sido un lugar donde las peores cosas de su juventud habían ocurrido. Todo eso era parte del proceso de curación y maduración, asumirse a sí mismos como personas capaces de hacer el cambio y no como víctimas. Era una gran forma de crecer dejando en claro que nada de lo que les pasó debería ocurrirle a ningún otro chico.
Dispuesto a perder el miedo, recuperar y encontrar sus propias fuerzas, Jake entabló una relación con Greg; después de todo él resultó ser una víctima de un amor torpe y sin cuidado. Ese chico de cabellos oscuros y profunda mirada era igual de frágil que Jake y Matt. Habiendo sido manipulado por el capitán del equipo escolar de rugby, también terminó siendo usado y roto. Luego del secundario, Greg rechazó al puesto que le ofrecían para entrar el equipo complementario del rugby nacional, decidió ponerse a estudiar administración de empresas para que en un futuro pusiese tomar las riendas de la empresa de su abuelo.
Jake pasaba por el restaurante de John, el dueño del lugar y actual novio de su madre, para saludarlos antes de ir a cursar; mientras que por la tarde hasta la noche trabajaba de mesero, aunque no todos los días. Cuando trabajaba, luego de cerrar, Valo pasaba a buscarlo puesto que ahora vivían juntos. Era todo muy reciente, habían comenzado con la convivencia hacía unos meses porque la facultad, donde el chico estudiaba, estaba más cerca del departamento del psicólogo. A Amanda le constaba acostumbrarse a que su hijo viviera con su ‘novio’. Sí, porque eso eran. Jake había logrado que ese ferviente deseo de pertenencia con el doctor se hiciera realidad, para darse el gusto de tener y ver al doctor Finnish cada mañana, cada noche, en sus días bueno y en los malos.
- No deberías preparar la comida con tantos pimientos… - comentó Matt entregándole una lista de ingredientes a su amigo mientras caminaban – Sabes que a Greg no le gustan – Agregó el rubio. Ahora traía su cabello hasta los hombros
- Pero a Ville, sí. La comida tailandesa es su preferida, y es comida muy condimentada – Explicó el pelinegro fijando sus ojos en una figura que salía de un edificio a pocos metros de distancia – Ya nos vio – Sonrió al ver que ese otro chico comenzó su tosco andar hacia ellos
- ¿Qué hacen por aquí? – Preguntó el de sonrisa maquiavélica
- Pasábamos – Respondió el blondo fingiendo desinterés
- No seas así, Matt – Lo regañó Jake – Vinimos a invitarte a la fiesta de mi cumpleaños esta noche
- ¿Cumpleaños? – Meditó en silencio un segundo - ¿Pero no es mañana?
- Lo es, pero…
- ¡No seas torpe, Greg! – Masculló el rubio con una sonrisa coqueta – Quiere pasar su cumpleaños con su novio ¿No es obvio?
- Ah… Que tonto – Carcajeó – De acuerdo, iré. Pero… ¿Vinieron hasta aquí sólo para eso?
- No – Rió Jake – Te invitábamos y luego íbamos a comprar para preparar la comida de esta noche
- Si gustan… Puedo acompañarlos. Acabo de terminar mis clases por hoy
- Entonces, vamos
No eran muchos invitados, tampoco conocía a mucha gente, pero esas personas eran más que suficientes ya que estuvieron junto a él en esos momentos tan difíciles hace dos años atrás.
Luego de que compraron todos los ingredientes, Greg se fue porque tenía que reunirse con su padre, dejando a los otros dos en el departamento del doctor. Valo trabajaba todos los días a excepción del sábado y uno que otro domingo, en que debía cubrir alguna guardia en el hospital. Ville había dejado que su joven novio organizara algo por su esperado cumpleaños, al mayor realmente no le molestaba ya que asumía que ese lugar también le pertenecía al chico.
El rubio ayudó a su amigo con la comida y juntos pusieron la casa en condiciones para recibir visitas. No es que estuviese sucio, sólo acomodaron unas cosas y prepararon la mesa donde cenarían; el lugar se mantenía limpio gracias a una empleada, Liliana, que trabajaba día por medio, menos los fines de semana.
A eso de las once de la noche arribó Amanda con John, le siguió Greg como el último invitado. Valo había llegado poco después de las diez, había estado en el hospital atendiendo unos turnos y se le había ido la hora, su horario terminaba normalmente a las ocho.
- Realmente eres hijo de tu madre, Jake – Dijo John luego de probar la comida
- Está muy sabroso ¿Cuándo aprendiste a cocinar este tipo de comida? – preguntó su madre
- Hoy – Confesó el aludido cocinero con una sutil sonrisa
- Siempre está cocinando comidas complejas – Comentó Valo posando su zurda sobre la rodilla derecha de su novio bajo la mesa – Por ejemplo – continuó – La otra noche me sorprendió con un guisado de ciervo en su sangre, No comía eso hacía años. En Finlandia eso es muy común… Pero aquí difícilmente se consigue algo así
- Es cierto. Además es una carne muy especia de cocinar, no es como la carne de vaca – Aseguró Amanda – Siempre tuviste un talento natural para la cocina – Ella le dedicó una mirada emotiva a su hijo.
- No es cierto – Jake avergonzado – Mi abuela… Ella me enseñó todo lo que sé. Ella era quién
tenía en talento natural.
Todos sonrieron mirando sus platos, homenajeando de alguna manera a la mujer que había fallecido luego de la Navidad del año anterior. Un paro cardio - respiratorio la asaltó durante la noche del día 26 de diciembre. La atendieron enseguida e intentaron mantenerla estable, pero no funcionó. Carmen yacía en su cama entre fotos y álbumes de su pequeña familia. Ella los había recordado, a sus hijos y nietos, fueron su último pensamiento. El doctor la había conocido y había recomendado un neurólogo con el que se veían en el edificio de su consultorio privado, así que la familia mantenía un contacto muy cercano con la abuela. Amanda y su hijo la visitaron cada día luego de que Jake logró recuperarse del ataque de los deportistas. Ella a veces los trataba con normalidad y otras los trataba como extraños. Había sido difícil, el Alzheimer había avanzado muy rápido y su cuerpo estaba muy deteriorado. Pasaron la Navidad junto con ella en el geriátrico donde estaba internada, al principio estuvo ausente pero hubo momentos en los que abrazaba a su hija y le decía cuanto la quería, hablaba de su difunto esposo, trataba a Jake como un niñito y confundió a Valo con un novio que Amanda.
- Por Carmen – Ville levantó su copa de vino en honor a esa mujer que tanto había enseñado a su joven novio. Entendía a la perfección lo importante que Carmen había sido para el chico
- Te extraño, abuela… - susurró el chico levantando su copa y mirando hacia el techo
Un brindis, un espacio que era necesario para él en ese día tan especial.
Luego de la cena repartieron un pastel que Amanda había preparado, todos dejaron el departamento pasadas las dos de la madrugada.
- Deja eso – Masculló el mayor abrazando al cumpleañero por detrás, mientras el otro se disponía a lavar unas ollas – Quiero ir a dormir
- Ve a dormir, entonces
- No… quiero que vayamos a dormir juntos
- Tengo que lavar esto, Ville
- Yo te ayudaré a hacerlo… pero mañana. Vamos a dormir – suplicó refregando su nariz contra el cuello del menor y apretándolo contra su cuerpo
- De acuerdo. Sé que estás cansado – Dejó lo que estaba haciendo y secó manos para luego dejarse llevar por su novio hasta la habitación que compartían.
Había sido una linda noche, muy emotiva y acogedora, reforzando el calor y el cariño de esas personas que lo rodeaban. Cada día que pasaba debía ser disfrutado, y Jake lo sabía. Había sido tortuoso andar solo en la vida, aislado de todos, ignorando a cada uno; pero ahora podía apreciar lo importante que él era para los demás y lo importantes que esas personas eran para él.
Acurrucarse en la misma cama con ese hombre, a quien más amaba, era su placer absoluto en la tierra. Compartir cada mañana con ese extranjero, darle cada parte de sí mismo era lo que más había deseado.
Ahora entendía, la felicidad no venía en sobres instantáneos. La verdadera felicidad se lograba con esfuerzo en grandes cantidades, varias dosis saborizante de lágrimas, aromatizante de tabaco, una pizca de instinto, curiosidad a gusto y todo lo que su corazón podía ofrecer.
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