She was, she is, she would be forever mine



Ella era una persona a la que no podía dejar de observar, su forma de sonreír, sus gestos exagerados y torpes al hablar. Sus carcajeadas tan tontas, tan simpáticas y dulces, al igual que el sonido de su voz. Una melodía tan maravillosa que no volví a ser capaz de encontrarme maravillada por ninguna otra persona jamás.


La conocí el primer día de cursada en la escuela de Bellas Artes. Era mi segundo año y su materia ara historia. Se presentó escribiendo su nombre en una gran pizarra blanca.

Romina Espinosa, ese nombre se volvió parte de mí con el tiempo.


Ella nos saludó y pasó a introducir la materia. Hablaba rápido mientras se movía por la gran aula con su falta tubo hasta las rodillas y su camisa color azul oscuro. Su figura tan esbelta y delicada me atrajo al primer momento, y ese comportamiento de gato asustadizo me pareció encantador.
No me tomó mucho para hacer que me notara, participaba en clases, cumplía con cada tarea y trabajo. Habían pasado dos meses así. Ella era un gran delirio mío, pero nada perdía haciéndome pasar por buena alumna. Me gustaba, sin dudas me gustaba.


No era novedad para mí, me había asumido bisexual hacía más de un año. Claudia había sido mi primer delirio con una mujer. Ella era una mujer de carácter fuerte, muy dominante, pero de gran corazón, considerada y buena compañera. Con eso logró meterse en mi frío corazón.

Yo no creía en el amor. Luego de tantos romances unilaterales con muchachos hubo uno quien supo corresponder. Sin embargo, él tenía una concepción de noviazgo bastante diferente a la mía. Comenzamos a salir a mitad de mi último año de secundario, teníamos muchísimas cosas en común, incluso la depresión. Había momentos en los que estar con él no era placentero en lo absoluto, le gustaba encerrarse en su tristeza y no veía más allá. Decidí terminar con él cuando conocí a Claudia y me mostró un amor que no era para nada triste.

Aprendí mucho de ella, pero desafortunadamente ella decidió irse a su provincia natal a vivir con su madre. Aún hablamos por las redes sociales, es una buena amiga.


Romina, siempre fue lo opuesto a Claudia. Mi profesora era tan torpe, permisiva, aunque extremadamente gentil e inteligente. Me parecía increíble lo mucho que sabía. Cada clase con ella era una exposición de cultura pura. Parecía saberlo todo.


Era pleno invierno a la mitad de julio, me encontraba en la tarde recorriendo una gran galería de arte fotográfico y me encontré con ella.

Llevaba un vestido azul violáceo de manga larga, con un escote corazón que le acentuaba su estilizado cuello. Sus delgadas y largas piernas cubiertas con unas pantis negras con un diseño de flores. A su rubio cabello lo llevaba recogido y adornado con un broche de mariposa azul. Parecía muy concentrada en las obras de la muestra y no notó que la observaba sin ningún cuidado. ¿Qué podía hacer? Se veía muy hermosa esa noche.

Decidí acercarme mientras ella estaba perdida en una gigantografía de un gentío en la ciudad. Sus labios pintados de un sepia no muy oscuro resaltaba su belleza natural, sus ojos sombreados por tonos oscuros iluminando su pálida piel y esos orbes color miel. Tenía buen gusto en cuanto a su imagen.
La saludé con un simple ‘Hola’, ella se sorprendió había estado muy ensimismada en la obra. Con su torpe y usual carcajada, se disculpó y me saludó.

Terminamos por recorrer la muestra juntas, analizando y debatiendo acerca de cada fotografía. El tema era la urbanidad y el resultaba que había mucha soledad e individualidad reflejada en las obras El artista tenía un ojo crítico y con la profesora pudimos debatir sobre eso.

Adoraba escucharla hablar tan apasionada sobre el art, ya que también era mi pasión.
Pasamos por un café cuando salimos de la galería. Tuvimos una charla que hubiese querido que sea más larga, ella se fue una hora después. No tenía nada que hacer así que también decidí irme, pero al levantarme de la silla, vi su bufanda color negro enganchada a la pata del asiento que posteriormente era ocupado por ella.

Me sonreí ante su torpeza, era muy atolondrada. Volví a casa luego de un largo viaje en el transporte público. Vivía sola en un departamento de dos ambientes localizado en las afueras del centro.




En agosto cuando el frío comenzaba a mermar y las clases comenzaban nuevamente, decidí por devolver la bufanda a Romina, aún desprendía un suave aroma de su piel. Luego de su clase la ayudé con unos pesados libros y la acompañé hasta su auto en el estacionamiento delantero de la facultad. Pese a que sólo eran las ocho de la tarde, la oscuridad ya había acechado a la ciudad.

- Romina – la llamé luego de guardar sus libros en el baúl de su Ford Clio color blanco.

- Gracias por ayudarme con los libros, Camila. Con los tacos me resulta difícil bajar las escaleras con
tanto peso – Carcajeó

- No es nada – Le sonreí y detuve su andar tomándola del brazo – El otro día, después de la muestra
fotográfica, te olvidaste de tu bufanda en el café

De mi bolso saqué la prenda y la deposité en su cuello. Ella sonrió y bajó la mirada. Eso fue suficiente para desatar un impuso tonto de mi parte. Tomé su rostro y la besé. Pero ella dio un paso hacia atrás terminando con ese delicado y tibio tacto. No supo que decir, su rostro estaba con la marca de un indudable desconcierto. Me quede inerte al verla darse la vuelta e irse.


Había cometido una idiotez, aunque ahora creo que fue una movida muy astuta. Pero en ese momento, estaba desilusionada de mi misma. Me odié por hacerla sentir tan confundida.


Las siguientes semanas ella evitó chocar su mirada con la mía. Yo no intenté acercarme a ella. Me sentía tan culpable de haberle causado esas sensaciones de repugnancia seguramente. Romina no se mostraba con todas sus energías y se la notaba más nerviosa y atolondrada de lo normal. Era mi culpa y lo sabía.

Es difícil saber de quién uno se puede enamorar siendo uno bisexual. Uno se suele chocar contra ese gran muro de heterosexualidad y desprecio homofóbico. Dolía y duele.

En su momento, sabía que estaba siendo una cobarde al no disculparme correctamente con ella. Debía hacerlo. Pero para cuando me decidí ya había pasado otro mes.



Con la primavera en su punto máximo, me di aliento una y otra vez para afrontar la situación en la que yo misma me había metido por mis tontos instintos. El día en el que estaba completamente decidida, no logré concentrarme en ninguna clase, ni siquiera en la de ella.  Sólo tenía que hablar con
ella y las palabras que quería decirle pasaban por mi cabeza una y otra vez.


- Discúlpame, Romina – Dije al verla guardar unos libros en la cajuela de su auto. Ella cerró el baúl, se volteó y me miró sorprendida

- No volveré a molestarte – Continué _ Sólo quiero que sepas que lo siento. La verdad es que me gustan los hombres y las mujeres. Y… No pude contenerme… Perdón


Ella permanecía mirándome tras esos lentes gruesos que usaba para leer.  Me sorprendió la seguridad tan repentina con la que me estaba viendo, y quería de despedirme para terminar con eso, estaba sintiendo unas increíbles ganas de estrecharla en mis brazos. Ella se dispuso a hablar.


- Yo… También quiero que me disculpes, Camila – Se acomodó unas de sus rubias mechas tras la oreja

- ¿Por qué? – No comprendía de qué hablaba. Ella era la víctima de mi tonto enamoramiento

- Soy una mujer – Rió pese a que sus ojos no lo hacían – Pero me comporté como una niña – Bajó la
mirada y jugueteó con las llaves de su auto

- La culpa fue mía – Expliqué – No tienes por qué disculparte. Entiendo por qué te comportaste así. Entiendo que…

- No – Me interrumpió - ¿Realmente entiendes?

- No todos son bisexuales como yo – Respondí desviando la mirada a unos profesores que salían del edificio.

- ¿Te gusto, Camila? – Esa pregunta me hiso volver la vista hacia su silueta apenas iluminada por una amarillenta luz

- Dime… ¿Te gusto? – Insistió sin mirarme, pues seguía jugando con las llaves

- Tal vez – Dije algo avergonzada y desconfiada

- ¿Tal vez? – Carcajeó torpemente y luego dio un par de pasos hacia mi - ¿Te gusto?

- B… Bueno… Un… Un poco – titubeé ante la cercanía de esa sonrisa

- ¿Quieres ir a cenar? – sacó un estuche de su bolso y guardó sus lentes


Sólo fui capaz de asentir, estaba completamente confundida.



Pues, ahora sabrán que Romina fue la primera mujer por la que fui capaz de perder el auto control y ahora despierto junto a ella. Todas las mañanas y todas las noches las pasamos juntas.

Aprendí que es una gran amante del té y todo tipo de ceremonias y rituales que existen en el mundo. Es una gran conocedora del mundo y realizamos varios viajes a Asia para presenciar de esas ceremonias que son tan importantes y significativas, probamos muchos tipos de tés y dulces para acompañarlos. Visitamos muchos museos y compramos varias obras de desconocidos que nos parecieron esquicitos en nuestro viaje a Europa.

Terminé mi carrera y actualmente estoy ejerciendo como profesora de dibujo en varias escuelas e institutos. Romina consiguió abrir su propia galería en donde ofrece muestras a muchos artistas nuevos.

Me descubrí capaz de amar, de ser una maldita cursi sin cuidado. Ella era, es y será todo en mi vida. Y más ahora siendo despertada por sus llamados insistentes. Decidimos que consolidaríamos nuestra relación haciendo que nuestra familia creciese más. Ahora debo correr a la clínica y esperar a nuestro bebé que no se estaba haciendo esperar en su vientre.

Ella prometió que era, es y sería por siempre mía. Y yo no pude prometerle más que mi amor incondicional hasta cuando nuestras vidas terminen.

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